"No puede ser amor" pensé, pero el instinto es tan necio y las hormonas tan expresivas que uno de los dos se avalanzó sobre el otro y quiso decirle al oído cuanto había esperado, lo que sucedió después lo reservo para otra crónica, decir que fue mi culpa, que en el momento justo me atreví a decirle a ella que el mundo no era para los dos, y que todo era una argucía del destino provocada por un sistema que a unos les daba pan y a otros plomo. Mi Sirena era de clase alta, tenía los ojos azules jamás vistos por mí en una mujer, tenía la juventud que a mí me hacia falta en el cuerpo, porque mi mente se rejuvenecía con cada pensamiento. El cuerpo de la Sirena olía a cerezas, su beso era cálido, su mirada lasciva, incriminatoria, desprestigiante para mi filosofía, cuando la dejé supe que cada fin te remite a algo nuevo y hoy intento escribir algo que justifique tanto el fin como el comienzo y escribo esto porque sé que ella aún me espera, y confía en que algún milagro borre de mí tanta osadía provocada por los libros ó alguna vivencia, yo sé que está allí. Sirena te prometo volver algún día.
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