Al frío no lo aisla nada, mientras busco en mis bolsillos algún vestigio de un pitillo, me arrepiento de no haber pasado la noche en ese apartamento, el viento me enceguece, la sala de velación esta a la vista, me sirven tinto y alguien muy amable me ofrece un cigarrillo, para devoción mía el muerto es rico; digo, era rico. El amanecer sorprende y llevo más de diez vasos de café y una docena de cigarrillos que por disimular he lanzado las sobras a una matera donde agoniza una plantica descolorida. Es la hora cuando digo ádios, y cuando alcanzó la puerta me encuentro de frente con la misma Sirena salida de no sé qué universo y con la suficiente sobriedad para reconocerme. No quisé saber nada de ella, ni de lo que hacía, pero de nuevo estaba sentado en el sofá en que antes reposaba, y ella me miraba y quizá sentía lo mismo que yo y quería olvidarse de todo lo demás.
Continúa...
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