Por: César Vélez
El hambre es el opio del pueblo.
A la madrugada bajaban las chiquillas yendo a cuidar recién nacidos en la ciudad, les pagaban con monedas pero podían desayunar, almorzar y cenar y entonces se les veía más lindas en la tarde.
Ninguna de ellas sabía lo que es tener papá; Aurora les aconsejaba cuidarse de los hombres que mal pagan por tocar.
Por eso bajaban en la mañana por grupos, a veces se quedaban por allá en la ciudad y cada mes aparecían estrenando ropa ó algún peinado, con regalos, con la plata suficiente para aguantar acá arriba otra semana más.
Pero todo acaba, y las chiquillas fueron creciendo y queriendo ser mujeres se labraron su propio trozo de inmortalidad: un hijo. Y la historia se repite no sé cuantas generaciones más, pero siempre habían chiquillas que cantando iban a la ciudad a cuidar los hijos de otros mientras la suerte les daba la oportunidad de tener sus propios hijos y procurar para ellos tener lo que nunca conocieron ellas: un papá.
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