Por Carlos Alvárez
Detrás de un escritorio pretendía enseñar la lógica a unos alumnos que a diario venían al aula con el rostro lánguido presas de tormentosas mareas fruto del temprano despertar hacia el amor, la experiencia les valía a veces decepciones, a veces engaños, la mayoría de veces resentimientos; había chiquillas que se ponían a llorar de repente en plena clase, había otras que se desmayaban dando la impresión de estar más de ofendidas embarazadas. Mi proclama era sencilla "...ya pasará" esa era una lógica que desataba el nudo que se me formaba en la garganta, y hasta alguna vez en que sentí el conflicto entre unos y otros me fue preciso impartir la palabra de Dios como acto para desarmar los corazones, y exorcizar cualquier odio.
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