Por Carlos Alvárez
Estoy llegando a casa en la madrugada del segundo día en la calle y de repente mi vista se enfoca en un punto, es un puente, no sé por qué no lo pensé antes y hacia allá me dirijo cuando apenas el sol va asomándose y en plena bifurcación de las columnas del puente puedo descansar mis huesos, y saborear por fin un lugar pleno a salvo de peligros, pero pudo ser algún hálito de vicio, u aliento de la putrefacción que me doparon por espacio de algo más de ocho horas en las que alguien aprovecho y se llevó además de mi teléfono, la cadena de plata, y la correa y solo entonces comprendo que a la demás gente no le importa mi situación y desde el fondo de mi alma sale un grito por la aflición de perderlo todo en el útlimo momento, almuerzo y ceno y me pregunto si existe algún vicio para detener el hambre, ideo cosas tales como tirarme del puente sobre un auto en movimiento, las horas están pasando rápido ¿qué como lo sé? por el sol y luego la noche a seis horas para cumplir mi meta me veo curtido por la suciedad, los harapos han ido tomando forma y soy un pobre diablo más que sobrevive; pero que en algunas horas tendrá un montoncito de billetes de seguro con destino a la caridad, me despido con sinceridad: ádios dama de la noche, adiós gamincito, adiós pan envenenado, adiós hipocrecía profana vestida religiosamente, adiós pegante adictivo, adiós, adiós, adiós calle que tanto me enseñaste mi preocupación es sobre cuándo deberé volver, la hipóteca ya está encima y no cojo juicio.
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