Alejandra Erazo Vega
"Es una locura" había dicho mamá por decir algo al respecto sobre lo que parecía de verdad una aventura sin sentido y arriesgada; quizá la juventud, la misma energía pudieran explicar tanta osadía. Me había ofrecido como voluntaria de un programa con fines benéficos, y había que hacer un viaje hacia una población en medio de la nada; el riesgo: una carretera totalmente destruída, la inseguridad de la zona, y el clima hostigante.
Partí así en medio de las advertencias de familiares y la envidia de los amigos; el grupo de aventureros en el que yo era la única mujer estaba el día y la hora señalada dispuesto a enfrentar un territorio inhóspito, aunque había la certeza de que todo marcharía bien a una hora de camino el paisaje iba variando y las ruedas del vehículo parecían de piedra, el vehículo parecía escalar y sumergirse en un río.
Me dije a mí misma no arrepentirme de esa decisión pasase lo que pasase pero el panorama hacía a cada momento tambalear mi voluntad, y mientras más avanzabamos más nos alejabámos de la posibilidad de retornar.
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